Es rabia.
Ira.
Un caos inmerso en el control.
Amor.
Los sentimientos que fluyen en bocanadas de aire y
desechamos como algo que cabe perfectamente en la rutina, junto a los otros.
Es este caos en nuestro pequeño inframundo personal el que
nos abre la cabeza y nos destruye, poquito a poquito, como una bolsa de piedras
golpeándonos hasta desfallecer.
Un tiempo formado por falsos acordes.
Que nos limitan el control del orden y nos hace pensar que
en lo profundo de la calma se encuentra la paz.
Mentira.
El mundo es un pozo de mierda. Que se consume en millones de
pedazos inconexos, un puzle imposible de vidrio frágil el cual todo ser humano
observa, inmóvil, sin opción a querer transformar.
Nudos que te aprietan la garganta y hechas a llorar, por un
sentimiento de elegía que te hace creer que podrás llegar al infinito con esas
alas de impotencia
A tu pequeña ideología personal, con un Dios
Sumiso.
Es un mundo quebradizo, frágil, distorsionado cruel áspero,
y en decrecimiento.
Del cual ninguno sabe en qué orden debemos caminar, ni por
qué camino.
Y si no nos sirve el oxígeno morimos, y la glándula espinal
se nos vuelve enemiga, los sueños se convierten en arañazos sin significado
ninguno, y llega el fin.
Cuando todos hemos sentido, de una manera u otra, solo
sentir es lo que “importa”.
Vidas construidas por andamios que fueron paridos por
cesárea.
Puntos putos lejanos de una revolución de sensaciones y un
giro de 360º del orden social.
Exijo a cada nuevo ser con su propio raciocinio y que ese
sea dueño de su propio mandamiento real y regio sobre todas las restantes subordinadas
intenciones.
Que cante la tierra y destruya a los mares y que de ésta
agua nazcan las nuevas almas. Dichosas de poder adorar únicamente y como ningún
humano lo hizo, la vida.
Haciéndose invisible como una esencia que quedó impoluta…
Y que hizo de los humanos creer y venerar al caos como
supremo del significado de la existencia y la fuerza, y todas sus ciencias
inventadas por lo que ya se extinguió.
Y que se caigan las hojas y suenen a vacío, y nadie se
asuste
Y griten por un amor a lo inmortal y a la naturaleza del
desorden que hay de por sí, en el aire que respiramos.
Porque lo sabio en la experiencia importa mucho más que cómo
nos enseñaron a fecundarla.
Góndola.