Quizás fue el vaivén de aquellas banderas transparentes
cuando comenzaba a atardecer.
El cielo se escondía entre los colores rojos de su blusón.
No podía permitir evadirse de esta manera, pero ya le era
imposible oler de manera obsesiva aquel café solo con hielo o aquel tabaco “Cutters
Choice”.
Le habían quitado de nuevo los zapatos y debía volver a
escalar entre las grietas del enorme árbol sin caer, otra vez. Seguía sin
esperanza y prefería percibir la textura del pelaje de los lobos antárticos sin
tener que volver a ascender hasta la copa de los pinos.
Desde aquel trágico entonces, las hojas se habían
desvanecido atrapando la forma de las plumas de mil pájaros alzando el vuelo hacia
su huida por la desesperación y el fracaso.
Él era débil, y estaba solo, y descalzo, y una parte de su
consciencia se negaba a admitir que aquella misteriosa esencia le robaba el
espíritu.
Agujeros negros entre tanta luz, dos pensamientos distintos,
su fuerte, su débil… En sus momentos más íntimos navegaba entre ese tacto
terroso gozando en silencio y en secreto, tragándose sus intenciones más
naturales.
Quizás fueron las nuevas calles, quizás fue el lugar o la
parálisis de la mirada del resto de lobos que amenizaban los diarios encuentros…
Pero la mente le susurraba su nombre…
Ese blanco puro, translucido y delicado le empapó del frío
de la mañana en su piel.
Góndola.