“A este ruido, tan huérfano de padre, no voy a permitirle
que taladre este corazón podrido de latir…”
Tú, y los típicos pálpitos con carencia de cordura.
Se embruja el horizonte. Las cadenas, los candados.
Max Ritcher como modo de inspiración, y ese dolor
insuperable que nos hace pertenecer de, tanto.
Fallacia alia aliam trudit; y así es como caen en el olvido
los pájaros que ya volaron, desatándose de sus nombres, y las heridas.
Y es como quedan los rencores y la gran pregunta de “qué
coño hago aquí”.
De qué sirve ignorar lo ya ignorado. Para aguantar
rechinando los dientes, y las paredes.
De esquina a
esquina.
Un camino desierto, la propia línea recta y, se anudan los
lazos.
Se nos agrieta el suelo y
la lluvia empapa los cristales
de un ansia tóxica.
Te muerdo y se para
el tiempo.
Y volvemos a rebobinar.
Donde las cuestas se hacen infinitas, el árbol desfallece y
la luna se esconde.
Flashback involuntario.
¿Dónde están los lobos? ¿Dónde están las heridas abiertas?
Señora sumisión ahogada en ácido perpetuo.
Asfixia .
Entonces corremos a cinco patas, incalculando la ira.
Se nos apaga la noche, se abren las nubes; aparece el océano ahogándonos en mareas.
En estrellas rojas. Relativas. En bocas de ceniza, en música.
Solo cuando nos volvemos a perder dándonos la vuelta
ante el tiempo.
Todo marchita rápido en un ciclo impoluto, un secreto
involuntario.
Un paréntesis del olvido de la vida del ignorante que hace que sabe, y
muerde la mentira.
Apagando la vela de la cordura.
Aumentando la represión.
Hasta que amanezca la era de las mariposas, y todo
se derrita de nuevo entre las curvas.
Qué Delicado.
Góndola.