miércoles, 18 de septiembre de 2013

XVIII

Subir a tus pies, por la mañana.

Qué placer da eso de notar tus cosquillas. Tus escalofríos…
Y ese único puto sentimiento que solo siento contigo, y tú conmigo.
Por ese motivo sé que me eres fiel, sería sino como optar por coger voluntariamente otra enfermedad terminal de esas de las que ya no sale nadie.
¿Y tú para qué ibas a querer eso?

Me cuesta ya ocultarte entre palabras, como antes. Donde cada poema era un pilla-pilla en el que siempre me agarrabas al vuelo, y me desnudabas, robándome todas las letras
Y dejándome vacío,
Gritándote las cosas claras, los motivos.

No quiero arroparme más con el café de tus mañanas. No quiero veneno que me robe esta rabia que es la única jodida causa que me mantiene cuerdo, o simplemente me mantiene,
Por el momento.

Siempre has sabido que soy de esos que sonríe a la ignorancia y llora al desamparo como los trazos de esos lienzos finos en los que te pienso, con ese cuerpo tan tuyo.

Estoy cansado ya de noviembre, y de ocultarme en terceras personas. De que tú seas el lobo de otra manada y yo me tenga que arrodillar.
Rindiéndome como siempre, haciéndome agachar la cabeza y huir de todo lugar en el que te encuentres.
Qué cobarde.
Qué impotencia me da que me duelan las manos por llorarte.
Y dejar la marca del lápiz en las páginas siguientes, como una cicatriz que me durará siete vidas, y las que arrastre. Contigo.


Pequeño gran infierno.




Góndola.