Fue desesperación. No se conocía a él mismo.
Había hecho mover tierras para nada. Los mares se volvieron a secar y los horizontes no se veían de la misma forma.
Sus besos, ¿qué besos fueron los que salieron de esa boca? No los quería, no eran igual de dulces.
El no se podía sentir más egoísta. Arañó mil paredes por frustración. Los perdedores siempre pierden el filo de sus uñas, la cordura de sus palabras o de sus acciones.
Ahora podría decir que se había perdido, o mejor dicho, que el mismo quiso sentirse así.
El placentero deseo de esconderse entre los infinitos troncos que ocultan el cielo. Desaparecer entre el polvo y no respirar…
No sentir absolutamente nada por nadie.
Por mucho que excavase, y por húmeda que estuviese la tierra, la ignorancia lo dejó de lado, no podía esconder algo tan evidente.
No quiere volver a caer pero esta vez el enemigo ganó la batalla…
¿Se le puede llamar amor?
Góndola.