Los vagones van rebozando autarquía,
complaciendo involuntariamente
externos
del método de tirar los audífonos.
Dejar de olvidar escribiendo,
no dejar de fijar,
no dejar de mirar, no dejar de mirar.
No siguen allí hoy.
No hará falta nunca más el abrazo.
Así dejarán la agonía del "y";
el cambio rápido de sentido, de derecha a izquierda,
derecha, izquierda.
Nos quedamos sin agua aquende.
Abre la boca de arriba hacia abajo,
barbilla arriba y abajo, y en el fuego duelen las pestañas.
Hay que dejar de pensar en el murmullo.
En la puerta de pared con pared, en los
pasos entaconados dejados pisados a gritos.
Se para el tiempo, se ralla el sonido,
perturban la marcha.
Toc, toc,
toc, toc.
Como una serie de círculos sucios, y
dentro está el silencio que ruega ser buscado por el hueco,
eco,
eco,
eco.
Prohibido pensar más que ahora.
Estamos en un clisé negativo.
Cambiamos la arena por los vecinos, las gaviotas por cuervos, los
espacios por interrupción, la pretensión por influencia, y nos
quedamos
vacuos.
Nada que poner en los pies para no
romper el amarillo.
Se caen los cabellos devorando la
última chupada con la cabeza hacia abajo, los ojos llorosos,
escuecen los ojos llorosos. Joder quedarse horas escuchando tras,
cenis, ferios, el "ya no te quiero escuchar, porque no soy capaz
de estar dentro."
Y ahí cierran los ojos y vuelve el
atardecer.
Presunción.
Tienen miedo a no pasar el azul, a que
hablen de lunas cuando el que más ama a la luna se queda dormido en
toallas, esperando la caída; con más manos de manos-de más.
No hay renuncia.
No hay calma entre árbol y árbol
porque
no
hay
árboles.
Tendría que haber sucedido antes,
antes de que acabara el ruído y que callaran las bocas;
todos mirando hacia dentro, esperando
el momento
de partir la respuesta en dos.
Góndola.