martes, 4 de noviembre de 2014

IV.II.XIV

Los vagones van rebozando autarquía, complaciendo involuntariamente
externos
del método de tirar los audífonos.

Dejar de olvidar escribiendo,
no dejar de fijar,
no dejar de mirar, no dejar de mirar.

No siguen allí hoy.
No hará falta nunca más el abrazo.

Así dejarán la agonía del "y"; el cambio rápido de sentido, de derecha a izquierda,
derecha, izquierda.
Nos quedamos sin agua aquende.

Abre la boca de arriba hacia abajo, barbilla arriba y abajo, y en el fuego duelen las pestañas.
Hay que dejar de pensar en el murmullo.
En la puerta de pared con pared, en los pasos entaconados dejados pisados a gritos.
Se para el tiempo, se ralla el sonido, perturban la marcha.
Toc, toc,
toc, toc.
Como una serie de círculos sucios, y dentro está el silencio que ruega ser buscado por el hueco,
eco,
eco,
eco.
Prohibido pensar más que ahora.
Estamos en un clisé negativo. Cambiamos la arena por los vecinos, las gaviotas por cuervos, los espacios por interrupción, la pretensión por influencia, y nos quedamos
vacuos.

Nada que poner en los pies para no romper el amarillo.
Se caen los cabellos devorando la última chupada con la cabeza hacia abajo, los ojos llorosos, escuecen los ojos llorosos. Joder quedarse horas escuchando tras, cenis, ferios, el "ya no te quiero escuchar, porque no soy capaz de estar dentro."
Y ahí cierran los ojos y vuelve el atardecer.

Presunción.
Tienen miedo a no pasar el azul, a que hablen de lunas cuando el que más ama a la luna se queda dormido en toallas, esperando la caída; con más manos de manos-de más.
No hay renuncia.
No hay calma entre árbol y árbol porque
no
hay
árboles.
Tendría que haber sucedido antes, antes de que acabara el ruído y que callaran las bocas;
todos mirando hacia dentro, esperando el momento

de partir la respuesta en dos.

Góndola.

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